¡Buenas noches!
He decidido que hoy subiría un fic, pero que no sería continuación de Por Amor, por no atosigar tanto xDD
además, le pedí permiso a aquella señora, y he de cumplir con mi parte (?) XD
He decidido partirlo en dos, porque era bastante largo, y por no agobiar tanto el blog ówo
Título: Las 5 normas de una mano derecha
—Gokudera-kun
Llamó Tsuna mientras cautelosamente asomaba el rostro dentro de la oscura habitación. El albino acostumbraba dejar la puerta sin asegurar, sabía a la perfección que nadie más que el estúpido beisbolista o su adorado capo se atrevería a entrar sin avisarle.
Una mirada alrededor y se dio cuenta que el bombardero no se encontraba ahí. Suspiró desganado mientras entraba dispuesto a esperarlo. Le había buscado por casi toda la base y comenzaba a cansarse de ir de un lado a otro sin encontrarlo.
Se dejó caer sobre la cama, cuidando de no arrugar la colcha pulcramente tendida. El italiano tenía la habitación en un orden casi terrorífico. No había ningún libro sobresaliendo de los demás en el estante. En su escritorio la lamparilla apuntaba al centro exacto y la lapicera tenía las plumas y lápices bien acomodados verticalmente. Cuidando que todos tuvieran una punta filosa para escribir fino.
La cama se hallaba sin ninguna arruga, más que las del encaje y las costuras de la tela, y ningún almohadón estaba inclinado de mala forma. Los zapatos del albino sobresalían en el armario, acomodados por pares y uno junto al otro sin dejar espacio. Al igual que sus trajes y camisas. Tsuna no tuvo que comprobarlo pues estaba seguro que dentro de los cajones la ropa estaría bien doblada y acomodada.
Al capo le gustaba esa habitación. La sensación de espacio libre de desorden y aire limpio le hacia sentirse a gusto. Además, claro, de la certeza de poder levantarse al servicio sin tropezar con nada en el camino.
Miró la puerta y se preguntó donde estaría su Tormenta. Desvió el rostro, entonces, hacia la mesilla junto a la cama y se encontró con una de las fotos que se tomaran los tres –Yamamoto, Gokudera y él- luego de graduarse del instituto. Más abajo el cajoncillo, a medio abrir, llamó su atención.
Curioso, como era, se aventuró a extender la mano y abrirlo por completo. Se topó con un par de cosillas que prefirió obviar por su salud mental y, justo bajo la chequera del italiano, encontró lo que parecía ser una agenda con tapas de piel. Negro y sin ninguna escritura o adorno aparte de las esquineras metálicas color oro.
Sacó el libro del cajón y observó las tapas un buen rato, dudando de si abrirlo o no. No creía que el albino pudiese escribir un diario, así que descartó la idea. Supuso entonces que debía ser una agenda o cosa del trabajo y se dijo a si mismo que nada tendría de malo darle una ojeada.
En el fondo, la corazonada de haber visto antes el objeto, le advirtió que mejor no se metiera en asuntos ajenos. Pero no hizo caso y de igual forma lo abrió.
La primera hoja estaba en blanco. La segunda tenía un par de letras en la esquina inferior derecha. V.F. Tsuna observó la caligrafía un momento y luego pasó a la tercera página. Tenía algo parecido a una pintura en miniatura. Casi podía pasar como fotografía si no prestabas atención. En ella se podía distinguir al primo Vongola con sus guardianes, sin embargo, lucían bastante más jóvenes que cuando les viera en el pasado, durante las pruebas de sucesión.
Tsuna observó a cada uno detenidamente y luego pasó página encontrándose con otro cuadro parecido, pero esta vez si eran el Giotto y los guardianes que él conocía. Tal cual los había visto años atrás, durante la pelea con Byakuran.
—Un álbum, entonces.
Se dijo a si mismo cuando descubrió cuadros parecidos de las siguientes generaciones que, en un punto dado, pasaron a ser fotografías. No estaba seguro de cuantas páginas iban cuando se topó con la fotografía que les habían tomado a ellos cuando la ceremonia de sucesión se llevara a cabo.
Ya eran un par de años atrás de ello, un poco antes de graduarse de la media. Todos se mantenían serios mirando a la cámara. Tsuna sintió un poco de nostalgia invadirlo en ese momento. Sonriente y curioso, pasó a la siguiente página, de nuevo en blanco.
Fue hasta la otra que se topó de nuevo con algo escrito.
—Primera Norma.
Leyó en voz alta, siguiendo con el dedo la tinta negra de la caligrafía. Pasó la hoja de nuevo y se encontró con diferentes tipos de letra, a mano, adornando la página. Se acomodó un poco mejor en el colchón y comenzó a leer.
La mano derecha siempre es confiable.
Dictaba con la misma caligrafía estilizada de la página anterior. Abajo había una anotación muy parecida, sólo que agregaba un debe ser entre siempre y confiable. La letra era diferente, un poco menos legible. Y así continuaba toda la página y parte de la otra.
Anotaciones una tras otra modificando la primera. No tardó en deducir que se trataba de las modificaciones que fueron haciendo cada uno de los Guardianes cuando aquel libro pasó a sus manos.
Y el capo recordó, entonces, que aquel libro lo había visto cuando Visconti se lo diera a Gokudera después de la ceremonia de sucesión.
Analizó la norma que se escribiera al inicio y se dijo que, ciertamente, Gokudera era una persona confiable. Tsuna sabía que sus secretos estaban a salvo con el albino y que este jamás repetiría lo dicho por el capo a menos que él mismo se lo pidiera. Gokudera estaba al lado de Tsuna, buscando serle útil, a cada momento del día.
Pero siempre era mucho tiempo. Había ocasiones en las que el albino no era del todo confiable, sobre todo cuando esas ocasiones incluían la destrucción de algunas habitaciones o mobiliario de la recién iniciada Base Vongola subterránea.
Como, por ejemplo, tan sólo el día anterior el bombardero había pulverizado la sala de conferencias luego de una discusión con Yamamoto sobre quien debería realizar los informes de avance de la construcción. Ahora el capo tenía una lida venda adornando su cabeza –aunque eso no era culpa del italiano sino del trozo de muro que lo golpeó mientras evacuaba-.
Y en ocho de cada diez reuniones siempre alguien terminaba lesionado debido a las explosivas reacciones de la mano derecha.
Entonces, ¿podía Tsuna decir que Gokudera cumplía con la primera norma? Meditándolo seriamente, no. No podría decirlo.
Se apresuró a cambiar página y curioso, buscó entre las lecturas una caligrafía conocida. Al final la encontró.
Gokudera había escrito algo que luego había tachoneado, y justo en el renglón de abajo dictaba.
Una mano derecha quizá no siempre será la persona más confiable para el Jefe, pero jamás dejará de ser un amigo y confidente. Ni de esforzarse al máximo.
Y Tsuna no tuvo ninguna objeción a ello.
En ese momento un murmulló le llegó desde el pasillo y se apresuró a guardar el libro de vuelta en el cajoncillo. Apenas y había reacomodado todo cuando la puerta de la habitación se abrió y Gokudera entró por ella.
—Me informaron que estaba buscándome, Décimo.
—Sí, Gokudera-kun. Se trata de los archivos de…
Y salió de la habitación seguido de su amigo. Explicándole la situación y pensando que volvería luego a terminar con la lectura.
.
En cuanto el albino se encaminó a las áreas de entrenamiento y sabiendo que no saldría de allí al menos en un buen rato, Tsuna se escabulló de sus deberes y se encaminó, cual espía profesional, hacia la habitación de Gokudera.
Se acomodó a lo indio en el suelo, a un lado de la cama, y se encargó de enviar a un tembloroso Nuts a vigilar al pasillo. El leoncito le había mirado cual cordero a punto de ser degollado, pero luego de ser reprendido, recibir una disculpa, ser acariciado y finalmente adulado, se armó de valor y salió de la habitación con pasos tan lentos como tortuga.
Tsuna le vio irse con una mirada de orgullo, luego extrajo el libro del cajoncillo donde lo había dejado por la mañana y prosiguió a buscar la página donde se había quedado.
Sonrió consigo mismo y luego se decidió a pasar a la siguiente.
—Segunda Norma. La mano derecha siempre debe estar junto al Jefe.
Llevándose una mano a la barbilla, el capo meditó sobre ese pequeño detalle.
Ciertamente Gokudera estaba con él en todo momento. Le recogía para ir al instituto, le llevaba hasta su casa. Le recogía de nuevo al atardecer para ir a la base y le volvía a acompañar de vuelta a casa.
Se había inscrito al mismo instituto que Tsuna –aun cuando no requería el estudio- y se las había arreglado para quedar juntos en el mismo salón de clases. No conforme con ello, su asiento estaba justo detrás del suyo.
Tomaban el almuerzo juntos y se duchaban en regaderas contiguas cuando terminaba la clase de deportes.
Gokudera siempre le acompañaba en sus salidas, caminando tan solo medio paso detrás del castaño. Y en la base permanecía a su lado siempre que las obligaciones o el ejercicio no estuvieran de por medio.
Tsuna no tenía objeciones, Gokudera cumplía con esa regla al pie de la letra.
Aún podía recordar sus años en la media, la presencia de su Guardián a veces le agobiaba. Era tan obseso con estar a su lado en todo momento que en muchas ocasiones su presencia le ahogaba.
—Oh.
Soltó sorprendido al percatarse de aquel justo detalle. ¿En qué momento había dejado de asfixiarle la obsesiva compañía de su Guardián?
Tsuna rebuscó en su memoria, lo pensó una y otra vez y analizando cada recuerdo se dio cuenta de que poco a poco, discretamente, Gokudera había pasado de ser un sobreprotector agobiante a ser un silencioso fantasma que le seguía en todo momento oportuno.
No hubo un punto marcado en el trayecto de su relación donde se diera el cambio, más bien, cada día el italiano convirtió su forma de actuar alrededor suyo.
Sorprendido y completamente invadido por la curiosidad, avanzó la mirada hasta las anotaciones e Gokudera al final de la hoja.
La mano derecha debe permanecer siempre al lado del Jefe; como una sombra protectora que cuide y vigile sus pasos, pero, más importante que ello, debe saber cuando es el momento de alejarse y darle la privacidad necesaria.
Ser una mano derecha no implica sólo permanecer a su lado en todo momento y conocer sus movimientos al dedillo, sino también comprender sus ideas y sentimientos siempre.
No pudo evitar que se formara un sonrisilla feliz en su rostro. Gokudera era una gran mano derecha, fijo. Se dispuso a ir a por la siguiente norma cuando un inquieto gruñido de Nuts, que más bien parecía maullido de gato, le alertó de presencias indeseadas.
Se apresuró a guardar el cuadernillo y salió presuroso de la habitación. Su compañerito se apretujó contra su pecho cuando lo levantó en brazos. Sin embargo, no alcanzó a huir por el pasillo sin ser interceptado.
—Décimo—. Gokudera le miró sorprendido por un momento. Con el pantalón deportivo manchado, la camiseta blanca ajustándose en ciertas partes por el sudor de su cuerpo. El flequillo mojado adherido a la frente y una toalla descansando en sus hombros —¿Sucede algo?, ¿necesitaba algo más?
Inquirió de inmediato acercándose a él.
Tsuna le miró sin decir nada por varios segundos. Poniéndose rojo no sabía si por ser pescado en las andadas o por la visión que caminaba hacia él. Negó fervientemente con la cabeza y apretujó más a Nuts quien comenzó a temblar inquieto.
—Sólo caminaba por aquí—. Soltó una risilla nerviosa, se rascó la nuca con una mano. Y cuando Gokudera alzó una ceja en duda, se apresuró a rodearle y a echar a correr por el pasillo. —En verdad no es nada, ¡nos vemos!
Hayato el observó irse sin comprender a que venía el nerviosismo. Se encogió de hombros, seguro que todo aquello que su jefe hacía tenía un buen motivo, y se encaminó a su habitación dispuesto a darse una ducha.
—¡Oi, Gokudera!—. Le interrumpió, sin embargo, una molesta vocecilla. —¿Qué le hiciste a Tsuna? Parecía que se había topado con un muerto.
Hayato escuchó aquella risita que tanto odiaba y que le crispaba los nervios. Decidió ignorar al espadachín y seguir sus higiénicos planes.
—Oye, espera. Necesitamos tu ayuda en la sala de comunicaciones.
El italiano suspiró y se dio la vuelta encarándole.
—Iré luego de ducharme.
Yamamoto se encogió de hombros y luego asintió. A la mano derecha, ni con sus diecinueve años se le había quitado lo arisco y mala leche. Se dio media vuelta y se encaminó de vuelta a donde el resto de sus compañeros.
Gokudera le miró irse con el ceño fruncido y pensando en el capo. Cuando Yamamoto giró atrás el rostro le hizo una seña con la mano en despedida antes de tomar el elevador y le sonrió, el albino no pudo más que gruñir con molestia.
Al mejor beisbolista de Namimori, ni con sus diecinueve años se le había quitado lo imbécil.
.
Tsuna estuvo el resto de la tarde preguntándose miles de cosas.
La primera era ¿Cómo diablos podía Gokudera comérselo con la mirada y amenazarlo al mismo tiempo sin pronunciar una sola palabra? Bueno, en realidad estaba dando un discurso, pero no tenía mucho que ver con las dos acciones anteriores.
La segunda era ¿Se habría dado cuenta que husmeaba entre sus cosas? No parecía enojado, pero tampoco muy de buenas. Le escrutaba como buscando respuestas en su rostro, aun cuando el capo ya no hallaba detrás de que ocultarse.
Las hojas de muestra que les diera Giannini no servían de mucho, después de todo.
Por otro lado Ryohei parecía tener una crisis existencial en ese momento, preguntándose si lo escrito en el papel entre sus dedos era realmente legible o el cabeza de pulpo se estaba metiendo con él. Yamamoto se encontraba más ocupado tratando de no dormirse en el discurso, con pocos resultados, obviamente.
Pero la mano derecha no estaba riñendo a ninguno. Ni siquiera a Lambo que había convertido los folios en avioncitos de papel y los lanzaba hacia el centro de la mesa entre carcajadas. Estaba, por supuesto, concentrado en sonsacarle al capo el motivo de su nerviosismo y, al mismo tiempo, encaprichado por no ser suficiente para que lo tomara como confidente.
El único que parecía ajeno a todo aquel desbarajuste era Giannini. Reborn no se hallaba presente, sólo el sabrá por qué. El regordete técnico asentía maravillado ante las explicaciones de la Tormenta sobre como funcionaría el nuevo sistema operativo de la base y, por supuesto, dando las claves de acceso correspondientes de cada uno y las contraseñas de seguridad.
La junta termino. Yamamoto se quedó durmiendo sobre la mesa. Lambo salió corriendo en busca de dulces. Ryohei se rascaba la cabeza ignorante del tema que trataron. Tsuna aprovechó que Giannini acorraló a la Tormenta, en medio de un discurso orgulloso sobre su trabajo, y salió pitando de la sala de juntas.
En cuanto se aseguró que no era seguido dejó de correr. Se lamentó seguro que no podría seguir con su lectura por ese día y, luego de ordenar los folios y guardarlos en el escritorio de su habitación en la base, se encaminó a la búsqueda de Reborn.
No había visto al arcobaleno en todo el día.
Bueno, hasta aquí lo dejo ^^
Muchisimas gracias a Mad-shizuya8059 por dejarnos publicar su fic aquí *^* estamos muuuuy agradecidas, agradecidas al extremo >w<
Buenas noches ~ y muchos saludos de Yamizu desde la base rusa (?)